Navateros.
268 páginas
23,5 x 31,5 cm
Aventureros de las aguas, herederos de un oficio milenario, viajeros en la primavera y cercanos al río y al bosque el resto del año. Los almadieros desaparecieron hace más de medio siglo, pero la memoria de su oficio sigue viva, en gran parte gracias a estudiosos como Severino Pallaruelo (Puyarruego, Huesca, 1954), etnólogo y cercano al oficio de los «Navateros», a los que dedica el libro del mismo título editado recientemente por Prames.
En sus páginas se recogen al detalle las actividades de estos hombres de la montaña. En invierno vivían en el bosque, en cuevas o chozas, talando los árboles que en primavera servirían para armar las navatas.
Más que describir las técnicas ya obsoletas del oficio, al etnólogo le interesa «la vida de la gente de la profesión, sus existencias, cómo lo vivían ellos, qué pensaban los que les veían pasar por el río», explica.
Recogiendo testimonios en muchos pueblos del Pirineo, elaboró en 1983 el libro «Navatas», que se hizo paralelamente a un documental, protagonizado por los hombres de la foto. La recuperación de la tradición que entonces se inició se convirtió en una fiesta anual en el río Cinca, Este año, veinticinco años después, Pallaruelo pensó en reeditar «Navatas». «Sin embargo, no podíamos hacer una reedición. A lo largo de estos años, he encontrado mucha documentación y muchas imágenes en archivos históricos».
Así, en su nuevo libro, repleto de imágenes del siglo XX, como las que acompañan estas líneas, se incluyeron también datos históricos que se remontan al siglo XV. «Sin embargo, el oficio ya se practicaba en la antigüedad. La palabra aragonesa «navata» viene del ‘navis’ latino, y la castellana «almadía» seguramente proviene del árabe. Es un oficio que se ha practicado en muchos ríos del mundo, incluso se mantiene en algunos de América». Además, explica Pallaruelo, «está tan vinculado a los elementos del entorno que tiene un aire muy primitivo».
El adiós a un oficio milenario
Un oficio de siglos, que, como todo el mundo tradicional, fue desapareciendo con el progreso y la tecnología, hasta extinguirse a finales de los años 40. ¿Qué tuvo más peso en esta muerte anunciada? Tal vez, las leyes de principios de siglo que restringían el tráfico de mercancías por los ríos, a favor de aquellos que querían explotar la energía hidroeléctrica; la construcción de pantanos, la mejora de las comunicaciones por carretera… Fueron muchos los factores que acabaron con esta profesión que, sin embargo, durante los primeros años de siglo, fue una importante actividad económica para las zonas intermedias del Pirineo, que no podían explotar la ganadería como en las cumbres, ni el cultivo del cereal como en la parte baja.
Con la desaparición de las navatas y de otras actividades tradicionales, los pueblos comenzaron a perder los fuertes vínculos que tenían con el río. «Antes había que construir azudes con piedras para regar los huertos; las mujeres lavaban en el río; los peces que se pescaban allí eran los únicos que se comían; los cauces eran también un medio de transporte», reconoce Pallaruelo.
Es cierto que el trabajo de los etnólogos y de las asociaciones de navateros y almadieros en diferentes valles pirenaicos han revivido la tradición pero, dice Pallaruelo, «en realidad, recuperarse no se recupera nada. Se rescata la memoria, la imagen, el vocabulario, el conocimiento de las técnicas. Pero en la medida en que se hace de una forma descontextualizada, en la que ya no sirve para lo que nació, es como recuperar un baile antiguo que solo baila un grupo folcklórico. Es, quizá, como disecar a un animal. Ya no lo vas a ver correr como cuando estaba vivo.»
Heraldo de Aragón