La subespecie de la cabra montés ibérica ‘Capra pyrenaica pyrenaica’ o Bucardo, se extinguió en enero de 2000, sin que se pudieran analizar en profundidad sus características biológicas y filogenéticas. Hoy, un nuevo estudio nos arroja luz sobre su tamaño, origen y condiciones ambientales posglaciales al descubrirse recientemente tres cráneos fósiles de entre 4.000 y 7.000 años de antigüedad hallados en el suroeste de los Pirineos.
Durante los años 1984 y 1994, varios grupos espeleológicos (de Estella (Navarra) y Pedraforca (Barcelona)) encontraron durante algunas de sus prospecciones rutinarias, restos óseos de dos machos y una hembra de bucardo en simas cársticas que hicieron de trampas a los desdichados ejemplares, en Larra (Navarra) y Millaris (Huesca), a 2.390 y 2.500 metros de altitud. Hasta entonces muy pocos eran los fósiles de esta especie (‘Capra pyrenaica pyrenaica’) descubiertos en esas zonas.
La subespecie de la cabra montés ibérica ‘Capra pyrenaica pyrenaica’ se extinguió en el Parque Nacional de Ordesa en enero de 2000. Investigadores en el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC), han sido los encargados de analizar los cráneos y comparar las características craneométricas con poblaciones de cabras monteses vecinas, fósiles y modernas.
Los resultados han sido publicados en la revista ‘Comptes Rendus Palevol’, y nos sugieren que el tamaño de estas cabras salvajes era un 50% superior al de los bucardos modernos que vivieron en la Península Ibérica y que se extinguieron en los Pirineos en el año 2000. Los cráneos de los machos eran extraordinariamente grandes en comparación con otros restos de cabras del Pleistoceno superior (hace entre 120.000 y 11.000 años) del suroeste europeo.
Según el autor del trabajo, el aumento de talla de los machos podría atribuirse al incremento de la disponibilidad de recursos tróficos durante el Holoceno (desde hace 11.000 años hasta la actualidad), lo que encajaría con la teoría dispersiva de la evolución de los ungulados, propuesta por el científico V. Geist en 1987, en la que hace referencia a los ‘gigantes de la Edad de Hielo’.
Algunos de estos ‘gigantes’, como el ciervo Megaceros, portaban ‘órganos de exhibición’ de gran tamaño, cuya función era disuadir a los competidores y reducir la luchas, en una época en la que las especies encontraron nuevas oportunidades y más alimentos en ambientes periglaciales. Los machos con grandes cuernos tenían más éxito reproductivo. Las hembras invirtieron su energía en la supervivencia de las crías, por lo que no necesitaron aumentar el tamaño de sus órganos de exhibición.
Además del tamaño, llama la atención también la elevada altitud a la que se hallaron los restos. La presencia de estos animales se explica porque hace unos 7.000 años el deshielo ya había empezado a producirse en Millaris (Parque Nacional de Ordesa en los Pirineos) a 2.500 metros de altitud, donde todavía perduran ahora restos de los últimos glaciares pirenaicos. A esa altitud se habrían desarrollado ya los nutritivos pastos alpinos por encima del límite del bosque, de los que los bucardos se aprovecharían en verano a través de migraciones estacionales, como lo hacen sus congéneres en la actualidad.
En cuanto al origen de esta subespecie, el análisis de los cráneos fósiles de estas cabras salvajes de los Pirineos coincide con los estudios de genética molecular y sugiere un mayor parentesco con el íbice de los Alpes (Capra ibex). Sin embargo, la comunidad científica pensaba que las cabras monteses ibéricas procedían de un antepasado común con las cabras del Cáucaso (Capra caucasica) que migró hacia el Macizo Central francés hace unos 80.000 años. Son necesarios, por ello, más hallazgos y más estudios de los fósiles para confirmar el origen y la diferenciación de esta subespecie.