Allá por el siglo VIII, cuando los musulmanes intentaban conquistar el Pirineo, el rey del lugar estaba atemorizado pues la única salida que tenía este pueblo era un barranco con el río Cinca abajo (el barranco del Entremón, lugar temido por los navateros en su descenso del Cinca).
El paraje era tan inóspito que, se decía, ni el propio diablo podría cruzar. Y fue el diablo el que se apareció al rey del lugar. Se ofreció a construirle un puente que cruzase el Cinca y que pudiesen escapar de los musulmanes.
A cambio le daría las tres jóvenes más guapas del lugar (dos de ellas eran hijas del rey). Al principio este se negó, pero luego comprendió que era preferible que se perdiesen tres que no todo el pueblo.
El trato fue que en una noche el diablo hiciese el puente. Debería concluirlo antes de que el primer gallo cantase.
Lo primero que hizo el diablo fue matar a todos los gallos. Y empezó a construir velozmente el puente. La gente estaba atemorizada y los novios de las jóvenes se recorrieron media sierra buscando un gallo. Cuando lo encontraron acudieron pero el gallo se negaba a cantar. Mientras tanto el demonio estaba concluyendo la obra, así que cuando felizmente iba a colocar la piedra definitiva se oyó el canto de un gallo.
El demonio palideció al comprobar su derrota y huyó del lugar. Quien había cantado no fue un gallo sino una de las hijas, atemorizada de ser llevada al infierno con Lucifer.