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En Aragón existen varios testimonios de peregrinaciones, la principal de las cuales, el Camino de Santiago, se encuentra en la actualidad descuidado y desprotegido.

Por ello no es de extrañar que otras ví­as secundarias de antigua peregrinación estén lejos de ser valoradas y mucho menos protegidas. Tal es el caso de la ví­a que discurrí­a por el valle del rí­o Ara. Este valle acogió antaño una de las ví­as de comunicación con Francia que aportaba un caudal más o menos constante de peregrinos no sólo a Compostela, sino a otros lugares de devoción. Estos caminos fueron dejando su huella en la toponimia y la arquitectura.

En los estatutos de la Mancomunidad del Valle todaví­a se dice que el mesón de Bujaruelo (antiguo hospital de peregrinos fundado en el siglo XII y donde también se encuentra un puente y una ermita derruida) debe mantenerse como «refugio hospitalario durante los meses de invierno y primavera» por estar aproximadamente a medio camino de Torla y Francia y por lo «escarpado de los horrorosos ventisqueros de la cordillera pirenaica por el puerto de Gavarnie», y para «evitar las desgracias de cada invierno», lo cual da clara idea de que siempre existió tránsito por este paso.

Una vez en el Valle medio del Ara nos encontramos con varios puentes: el Da Glera en Torla, el espectacular puente de Broto (volado en la guerra civil), o los de Oto y Boltaña.

Del trasiego de gentes de ultrapuertos queda también testimonio en el santoral; la parroquial de Yosa de Broto (despoblado) esta advocada a San Martí­n (santo francés), e incluso existe un caserí­o llamado San Martí­n en la Solana, así­ como sendas ermitas en Ligüerre, Bergua o Ginuábel advocadas a Santiago Apóstol.

Incluso los ganaderos del valle de Broto y el de Bareges tienen al menos desde el siglo XIV pactos que atañen a los derechos sobre los pastos de ambos lados de la imaginaria frontera, que tienen además el beneplácito real en la concesión de Jaime II. El Camino, pues, bien dejaba su huella en este rico valle cuyos recursos culturales requieren una mejor protección y admiten una divulgación y explotación que en nada envidia a la de valles con más renombre.

En la actualidad, sin embargo, los caminos de peregrinación son un lejano fantasma por estos pagos, y el patrimonio que esta ví­a dejó durante siglos se encuentra hoy abandonado. La ermita románica se encuentra prácticamente en ruinas aunque se intenta reconstruir.

El enclave de San Nicolás de Bujaruelo es el más espectacular resto arquitectónico medieval (aunque pronto puede ser arqueológico) que queda en Aragón en relación con los pasos fronterizos y las peregrinaciones. Ningún otro paso ha conservado un puente, la iglesia del complejo y, lo más importante, el Hospital de peregrinos, hoy convertido en mesón y refugio de pastores y montañeros. Hoy el enclave se encuentra completamente remodelado, con una intervención en el mesón sin precedentes, aunque no llega para la ermita, y el puente ha sido modificado quizás demasiado.

Este complejo, fundado en el último tercio del siglo XII por la Orden del Hospital, se originó, probablemente, con función de acogida a los comerciantes con Francia y a los peregrinos a Santiago que eligieran esta ruta. Tras pasar, por sentencia papal de 1205, a manos del obispado de Huesca, debió existir un priorato con una pequeña comunidad de la cual nos han llegado algunos nombres, como Sancho de Bujaruelo, fraile del Hospital en 1219, o el prior Pedro Solana y el comendador Johan Pascual, confirmantes de un contrato para un retablo en 1494; la pista del priorato se pierde el siglo pasado.

El lugar, por su posición fronteriza, fue además testigo de luchas, como las disputas de los vecinos del valle de Broto y los valles franceses en siglo XVI, y de negociaciones para acuerdos, la última aún en este siglo (1909). La importancia del entorno se debí­a, sobre todo, a la ganaderí­a, en forma de pastos, (cuyo declive arrastrara al conjunto) que desde 1323, por privilegio de Jaime II, controla la mancomunidad del valle de Broto, que es por otro lado encargada del mantenimiento del conjunto, como esta registrado sus estatutos.

Como tantas otras iglesias de Aragón, esta de San Nicolás tuvo sus reliquias que fueron expoliadas o simplemente extraviadas. Sabemos que en 1494 se contrató un retablo que debió estar terminado en los dos años siguientes, y, aunque desconocemos cómo pudo afectarle los incidentes del siglo XVI, cuando los franceses sitiaron Torla, sí­ sabemos que fue quemado, junto a otros retablos, en la plaza de Torla durante la reciente guerra civil. En estos mismos momentos, serí­a quemado también un retablo del siglo XVIII, que contendrí­a un interesante San Miguel, y la iglesia serí­a parcialmente incendiada. Durante estos sucesos fue robado un cáliz, probablemente del siglo XVI, al que se pierde la pista en un anticuario de Barcelona. Más anecdótico, pero no menos significativo, es la desaparición de la pila bautismal, que, aún entera, cumple funciones agrí­colas en un corral de la zona.

La relación que existe entre la actividad turí­stica de la zona y el estado de este edificio es muy desequilibrada. No es de recibo que, en lugares como Torla o Broto, a las puertas del Parque Nacional de Ordesa, visitado por casi setecientas mil personas cada año, con todos los ingresos turí­sticos que ello acarrea, nadie se haya querido encargar de la consolidación de este edificio antes de que se derrumbase. La polí­tica de la administración, favoreciendo sin medida otras facetas del turismo, desprecia a conciencia un complejo de gran interés, a solo unos kilómetros del Parque Nacional, que con una breve excavación y una adecuada restauración, aportarí­a una visión más completa sobre estas hospederí­as fronterizas en la edad media.

 

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