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El vino era una bebida muy apreciada, que siempre estuvo presente en las casas de Sobrepuerto, siendo uno de los pocos productos que habí­a que adquirir en el exterior, pues el viñedo es incompatible con la altitud del territorio, aunque se conservan dos topónimos que nos recuerdan algunos cultivos de poca entidad: «o Ballón d»a Viña», en el Solano de Bergua y «os Viñals», en Escartí­n.

El vino se guardaba en las cubas y toneles de la bodega que todas las casas tenían en la planta baja. La bodega tenía un aspecto lúgubre, con un pequeño ventanico, y bastante humedad, lo que le daba una temperatura baja constante y unas buenas condiciones naturales para la conservación de los alimentos. Allí el vino ganaba en calidad y presencia.

Entre los toneles había siempre alguno para guardar el vino añejo o rancio, cuyos orígenes o «madre» procedía de varias décadas atrás. Este vino se reservaba para las grandes celebraciones de la casa o del lugar, como una boda, o las fiestas, en las que el amo cantaba sus excelencias y su antigüedad ante los invitados, que lo paladeaban con complacencia.

Cada día, el amo o la dueña hacían uno o varios viajes a la bodega con un «charro» para llenar el porrón, que acompañaba todas las comidas de la casa. El vino se tomaba de distinta forma según, el lugar y las circunstancias:

En porrón, cuando se comía en casa o en la era.
En bota, era el recipiente más corriente para el campo: siempre iba en la alforja o en la mochila.
En pomo (botellín de cristal), en caso de llevar la comida, al mediodía, en la cesta: era la ración individual para una comida.
En vaso, únicamente para los huéspedes o foráneos que no sabían «beber alto».

En febrero, aprovechando el periodo de mengua, se procedía a encubar el vino necesario para el consumo anual de la casa. Antiguamente se iba a comprar directamente, en dos largas jornadas, a los viticultores del Somontano de Barbastro (Salas, Bespén, Azlor, etc.) y se transportaba en «boticos» de piel, a lomos de caballerías, cada una de las cuales cargaba un par de ellos, conteniendo de 5 a 8 cántaros o decalitros, totalizando unos 100 kg. De peso. Solía pagarse con patatas, lana, corderos, cabritos, quesos, etc., pocas veces con dinero. En el siglo actual se adquiría a través de los comerciantes de Fiscal, Broto o Sabiñánigo, que lo traían de las zonas de producción, especialmente de Cariñena.

El «botico» de piel de «choto» o de cabra era el recipiente idóneo para el transporte del vino en caballerías, cuyo cargamento se tapaba bien con una manta, para evitar alguna rotura, a consecuencia del roce con algún arbusto (arto, aliaga, boj) de los muchos que jalonaban los caminos de Sobrepuerto. A pesar de todas las precauciones más de una vez se perdió parte del preciado líquido, con el consiguiente disgusto del amo. Si se producía algún agujero, se tapaba con una «botana» de «buxo» impregnada de pez. Tenía la forma de un botón doble de una sola pieza y requería mucha habilidad para colocarla, atando a ella una porción circular de la piel. Así quedaba perfectamente reparado.

La bota de piel de cabra o de cabrito era uno de los elementos imprescindibles en la alforja o en la mochila, acompañando las viandas de trabajadores y pastores. La capacidad más corriente era de un litro, litro y medio y dos litros. Cuando se juntaban con otras personas compartían unos tragos de vino de sus respectivas botas, mientras charlaban y reponían fuerzas, lo que se consideraba como norma de buena sociedad, siendo mal visto el no hacerlo.

El botero era el artesano que hacía las botas y «boticos». En Sobrepuerto, casa Buisán de Escartín surtía de estos elementos a toda la redolada. Comenzó esta tarea RAMÓN BUISAN LÓPEZ, dueño de la casa, que aprendió a hacer «boticos» de forma autodidacta, basándose en la observación de los que había comprado en otras latitudes. Su hijo RAMON BUISÁN ESCARTíN fue continuador de este oficio, siendo el último botero de Sobrepuerto, a consecuencia de la despoblación de la zona.

Como tantas otras personas de la comarca, emigró en primer lugar a Sabiñánigo y después a Zaragoza, donde se ha dedicado a otras actividades. Ya jubilado, nos cuenta amablemente todo el proceso de elaboración y otras circunstancias relacionadas con su antiguo oficio.

Botico y bota¿Cómo aprendió este oficio?
– En casa éramos seis hermanos y aunque tareas y comida había para todos, en la juventud me dediqué esporádicamente a la compra-venta de pieles, con el fin de complementar la economía personal y de la casa. Esta actividad me permitió ponerme en contacto con un botero de Barbastro, que me puso al corriente de los secretos del oficio y me proporcionó los materiales básicos: unas plantillas, un par de tabletas de apoyo para el cosido y un fuelle, así como la dirección de un proveedor de brocales de asta, en Torelló (Barcelona). Todo ello a cambio de las pieles que le enviaba y de la promesa de no establecerme en dicha plaza. Naturalmente, también me motivó el ver hacer «boticos» a mi padre.
¿Cómo se preparaban las pieles?
– Las pieles de cabra o de choto (macho cabrío) eran las más idóneas para elaborar las botas y boticos. Primero se salaba bien la parte interior de la piel y se enrollaba durante un mes o mes y medio, con el fin de darle una mayor consistencia y permitir que se cerrasen bien los poros. A continuación se limpiaban bien las adherencias de carne, extendiéndola sobre una tabla, con lo que quedaba perfectamente curtida y lista para ser utilizada.
¿Cómo seguía el proceso?
– Después se marcaba con una plantilla la forma de la bota, conformando la doble superficie, esquilando de forma escalonada la piel, con el fin de que la pez que se ponía posteriormente, se impregnase bien en esta parte, que quedará en el interior. Se afinaba bien el borde de la plantilla, para que resultase simétrico, en dos mitades iguales. Más tarde se preparaba el hilo de cáñamo o liza, frotándolo con pez, para que atravesase mejor los agujeros realizados con el punzón, poniendo unos pelos de jabalí en los extremos, pues facilitaban la tarea de coser. Para ello se sujetaban las dos mitades de la piel con dos maderas entre las rodillas, realizando, poco a poco, el cosido, conjuntamente con una trencilla, debiéndolo hacer bien para que no se pasase el vino. Una vez cosido el cuerpo de la bota se le daba la vuelta, empujando con un palo por el centro de la base y haciéndola salir por el cuello o parte superior de la misma. Como hemos dicho la parte del pelo quedaría en el interior. Se preparaba una mezcla de pez, obtenida al quemar «tozas» de pinos y separar las sustancias resinosas, con aceite de oliva. Se calentaba y se vertía una cantidad al interior de la bota, agitándola bien para que se repartiese de forma uniforme por toda la superficie, quedando muy bien impermeabilizada una vez que se enfriaba. La pez procedía de Guadalajara, siendo necesario rebajaría con agua caliente para refinaría más. En una bota se vertían 2 ó 3 cazos de pez. Más tarde se procedía a colocar el brocal o cierre, que antiguamente era de madera o de hueso, al final sustituidos por los de plástico.
¿Cómo se hacían los «boticos»?
– Básicamente el procedimiento era el mismo. La piel debía ser de un animal adulto, de cabra o de «choto», siendo despellejado con los menores cortes posibles. Para quitarle la piel se le hacía un corte desde una pata trasera hasta el ano, sirviéndose de esa mínima abertura para separarla del cuerpo, con cortes del resto de patas y del cuello. Se curtía por el sistema de salazón y se limpiaban un poco las adherencias de carne. A continuación se hinchaba para cortar mejor el pelo de forma escalonada. Después se cosía la abertura mayor, se ataban las patas y se volvía la piel, a través de la abertura del cuello, que será el cierre del «botico», con un cordel. También se impregnaba de pez. Las perforaciones de los «boticos» las reparaba con «botanas de buxo» que yo mismo me fabricaba, atándoles la piel alrededor, con una liza. También reparé botas con el mismo sistema. Para conservarlos en buen estado era necesario tenerlos colgados y un poco hinchados, si no se florecían.
¿Qué beneficios le proporcionaba esta actividad?
– Esta tarea complementaba mi contribución a la actividad agropecuaria de la casa, proporcionándome unos ingresos extras. Recibía encargos de todo Sobrepuerto, del valle de Broto o de la Galleguera, incluso iba a ofrecerlas a los pueblos más importantes.
Vd. vivió en Escartín hasta el año 1951, ¿cómo vivió la marcha de su tierra?
– Todos nos dimos cuenta de que no se podía seguir viviendo allí, pues se carecía de todos los servicios y el medio no permitía ninguna evolución. Los trabajos en la industria y los servicios resultaban muy atractivos, por lo que la marcha fue inevitable.
¿Ha vuelto alguna vez?
– Solamente he vuelto una vez, a los pocos años de marcharme, cuando todavía había algunas casas abiertas. Después ya no he ido debido a las dificultades de acceso y tampoco me gusta ver la degradación que han sufrido tanto los edificios, como los campos y caminos.
¿Qué es lo que más recuerda de aquellos tiempos?
– Me acuerdo especialmente de los años de juventud, de las fiestas que celebrábamos con los mozos y mozas de mi época. También del sacrificio y del esfuerzo que suponían las tareas cotidianas en esos lugares. Indudablemente de los seres queridos que allí se quedaron.
¿Tuvo dificultades para adaptarse al nuevo medio y encontrar trabajo?
– Creo que ninguno de los que salimos de aquella tierra, tuvimos demasiadas dificultades para encontrar un empleo, mejor o peor, hasta dar con uno más o menos definitivo, que nos permitió resolver nuestra vida, siempre trabajando. La situación era totalmente distinta a nuestros orígenes, pero conseguimos integramos en el nuevo estilo de vida.

Le agradecemos su amable colaboración y aquí queda constancia para el conocimiento de las actividades tradicionales de los antiguos lugares de Sobrepuerto.

Fuente: http://www.serrablo.org/

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